Ignacio Gómez de Liaño: «El «pensamiento débil»
era decadente, alambicado, impreciso y pretencioso»
MADRID. «Cuando terminé «Iluminaciones filosóficas» pensé que no me faltaba
nada por decir sobre lo que yo creía importante acerca de la realidad, el
conocimiento y la persona», afirma Ignacio Gómez de Liaño. «Al cabo de unos
meses me di cuenta de que había hecho nuevas reflexiones y creí que debía de
haberme fijado más en la fundamentación de la persona, aunque ya era un tema
central. Todo venía al hilo de una expresión cotidiana: «Esta persona tiene
fundamento, esta otra no tiene fundamento...» ¿Y qué es eso? Porque preguntarse
sobre el fundamento de la persona es como preguntarse por el fundamento de la
realidad. Y es que la realidad nosotros la entendemos a través de nuestro ser
personal».
-La filosofía del fin de siglo no parece haberse preocupado por los
fundamentos, me refiero a eso que llaman «pensamiento débil»...
-Ese «pensamiento débil» yo creo que, sobre todo, reflejaba una gran
debilidad de pensamiento. Era una filosofía que se permitía dudar de todo,
pero... con una seguridad de que había que dudar de todo que uno se quedaba
espantado. Es decir, era un pensamiento bastante decadente, alambicado,
impreciso, pretencioso, que generalmente desenfocaba las cuestiones de
conocimiento, como en qué manera y en qué medida podemos conocer... Ese
pensamiento produjo una suerte de relativismo universal, cuando no todos los
enunciados sobre la realidad tienen el mismo valor desde el punto de vista
cognoscitivo. También produjo una idea algo descabellada de la persona y del
concepto del yo, como si fuera un ente independiente y autónomo con respecto del
mundo, incluso con respecto del cuerpo. La filosofía se había ido encogiendo y
encogiendo hasta ser una simple teoría de la realidad, en el mejor de los casos,
pero olvidando su dimensión práctica. Creo que se necesita descubrir pautas
racionales en los contenidos no racionales de la psique, como lo son los
contenidos emocionales y afectivos. En fin, aquello era como una logomaquia
aplicada.
-Vivimos un mundo en el que nos han sustraído los fundamentos. ¿Es posible
recuperarlos?
-Hay que reconocer algo tan obvio como que sentimos y que lo hacemos de forma
que ello tiene unos referentes, llamémosles identitarios o idénticos, aunque no
podamos tener sensaciones exactas y precisas de las cosas (puesto que todo lo
que podemos conocer está afectado de la vaguedad inherente a la marcha del
tiempo, del cambio, de una indeterminación que, por otra parte, está en unos
márgenes absolutamente precisos de determinar). Hay que reconocer, también, las
relaciones que se mantienen con ese campo de la sensibilidad que apunta al
conocimiento, pero que es de tipo afectivo. Hay que ver en qué consiste eso: el
placer es ausencia de dolor, el dolor es ausencia de placer, el deseo es
búsqueda... Y, a partir de ahí, hay que fundamentar esos campos del pensamiento
y del sentimiento, de la imaginación y de la memoria, así como sus relaciones
mutuas, para ver lo importante que es la coordinación entre todos. Se trata de
una visón armónica de la persona, de la persona como una composición musical, en
la que se combinan ingredientes de conocimiento, ingredientes de afecto, en el
doble plano del mundo en el que uno vive y del cuerpo en el que está inmerso ese
principio consciente.