Ignacio Gómez de Liaño: «El «pensamiento débil» era decadente, alambicado, impreciso y pretencioso»
TULIO DEMICHELI
3-1-2003 08:32:17
Ignacio Gómez de Liaño. JOSÉ LUIS ÁLVAREZ
Ignacio Gómez de Liaño. JOSÉ LUIS ÁLVAREZ

MADRID. «Cuando terminé «Iluminaciones filosóficas» pensé que no me faltaba nada por decir sobre lo que yo creía importante acerca de la realidad, el conocimiento y la persona», afirma Ignacio Gómez de Liaño. «Al cabo de unos meses me di cuenta de que había hecho nuevas reflexiones y creí que debía de haberme fijado más en la fundamentación de la persona, aunque ya era un tema central. Todo venía al hilo de una expresión cotidiana: «Esta persona tiene fundamento, esta otra no tiene fundamento...» ¿Y qué es eso? Porque preguntarse sobre el fundamento de la persona es como preguntarse por el fundamento de la realidad. Y es que la realidad nosotros la entendemos a través de nuestro ser personal».

-La filosofía del fin de siglo no parece haberse preocupado por los fundamentos, me refiero a eso que llaman «pensamiento débil»...

-Ese «pensamiento débil» yo creo que, sobre todo, reflejaba una gran debilidad de pensamiento. Era una filosofía que se permitía dudar de todo, pero... con una seguridad de que había que dudar de todo que uno se quedaba espantado. Es decir, era un pensamiento bastante decadente, alambicado, impreciso, pretencioso, que generalmente desenfocaba las cuestiones de conocimiento, como en qué manera y en qué medida podemos conocer... Ese pensamiento produjo una suerte de relativismo universal, cuando no todos los enunciados sobre la realidad tienen el mismo valor desde el punto de vista cognoscitivo. También produjo una idea algo descabellada de la persona y del concepto del yo, como si fuera un ente independiente y autónomo con respecto del mundo, incluso con respecto del cuerpo. La filosofía se había ido encogiendo y encogiendo hasta ser una simple teoría de la realidad, en el mejor de los casos, pero olvidando su dimensión práctica. Creo que se necesita descubrir pautas racionales en los contenidos no racionales de la psique, como lo son los contenidos emocionales y afectivos. En fin, aquello era como una logomaquia aplicada.

-Vivimos un mundo en el que nos han sustraído los fundamentos. ¿Es posible recuperarlos?

-Hay que reconocer algo tan obvio como que sentimos y que lo hacemos de forma que ello tiene unos referentes, llamémosles identitarios o idénticos, aunque no podamos tener sensaciones exactas y precisas de las cosas (puesto que todo lo que podemos conocer está afectado de la vaguedad inherente a la marcha del tiempo, del cambio, de una indeterminación que, por otra parte, está en unos márgenes absolutamente precisos de determinar). Hay que reconocer, también, las relaciones que se mantienen con ese campo de la sensibilidad que apunta al conocimiento, pero que es de tipo afectivo. Hay que ver en qué consiste eso: el placer es ausencia de dolor, el dolor es ausencia de placer, el deseo es búsqueda... Y, a partir de ahí, hay que fundamentar esos campos del pensamiento y del sentimiento, de la imaginación y de la memoria, así como sus relaciones mutuas, para ver lo importante que es la coordinación entre todos. Se trata de una visón armónica de la persona, de la persona como una composición musical, en la que se combinan ingredientes de conocimiento, ingredientes de afecto, en el doble plano del mundo en el que uno vive y del cuerpo en el que está inmerso ese principio consciente.


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